En esta entrada me apetecía no hablar de un acontecimiento en concreto. Desde hace tiempo, he estado reflexionando sobre algo que he estado observando.
Parece que, para muchos, la fotografía analógica está siendo más recurrente desde la aparición del Covid-19. Por supuesto, estoy dejando a un lado a todas esas personas que ya trabajaban este campo de la fotografía con frecuencia. Quizás se trate de algo que está ocurriendo en mi pequeño círculo. Sin embargo, no puedo evitar pensar que este auge ocurre por algo.
El consUmo de las imágenes
En medio de la segunda revolución digital que señalaba Fontcuberta en La furia de las imágenes, aparece a principios del año 2020 el Covid-19 y, el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declara la pandemia mundial.
Que desde entonces todo ha cambiado es algo que resulta obvio por las innumerables veces que lo hemos escuchado y, posiblemente, porque deseamos salir de esta situación. Sin embargo, necesito recalcarlo para hacer una pregunta: ¿cómo ha afectado esto a la fotografía?
Pongámonos primero en situación: nuestra sociedad es una sociedad hiperconsumista y ocurre lo mismo en el campo de la imagen. Además, las plataformas que sirven de escaparate para los fotógrafos obligan a crear contenido, al menos, semanalmente. El consumidor necesita su ración de estímulo para no perder la atención, aunque no consigamos captarla. Se trata de un consumidor zombi que no se molestará en fijar su atención en aquello que se presenta. Con suerte se tomará unos segundos antes de hacer scroll. Cada vez es más difícil para los creativos llamar la atención de este consumidor y seguir las normas que han impuesto las redes sociales. Entonces, ¿por qué seguimos intentando mantenernos en ese ritmo? Uno de los motivos es el algoritmo: si no respetamos las normas del juego, acabaremos descalificados y llegará un momento en el cual la imagen que publiquemos no llegará siquiera a ese consumidor zombi del que hemos hablado.
Personalmente, esta situación me enfada bastante: lo más recurrente es que el creativo termine subiendo imágenes sin motivo aparente o proyectos sin finalizar, que se ven invadidos solo por no resultar olvidados por el consumidor. En consecuencia, se sigue prolongando el uso inmoral del consumo de imágenes y el orgullo del creativo probablemente acabe herido. Las fotografías que podían «llegar a ser» terminan convirtiéndose en una imagen inservible, siendo parte de una masificación que acabará por asfixiarnos. ¿Podríamos culpar entonces al consumidor de ser un zombi? ¿Es nuestra responsabilidad como creativos hacer un buen uso de la imagen? ¿El consumidor tiene parte de responsabilidad?
Esta situación está convirtiendo a la sociedad en analfabetos de la imagen. En plena era digital, con la preeminencia de internet, que nos encontremos en una sociedad tan ignorante en este campo resulta bastante sarcástico. No me adentraré más en este tema, pero se necesita de esta introducción para comprender lo que viene a continuación.
LA FOTOGRAFÍA ANALÓGICA
Posiblemente, hemos podido observar que, desde estos meses de pandemia, cada vez es más frecuente encontrar en redes sociales fotografías analógicas. Aunque la mayoría siguen siendo fotografías digitales que son tomadas con la cámara del teléfono, la fotografía analógica ha aparecido en ciertos círculos donde antes no se veía. Y aquellos fotógrafos, como es mi caso, que no éramos los más aficionados, hemos acabado recurriendo a ella.
Empecé a tontear con la fotografía analógica con la excusa de aprender más acerca de este campo pero, con el tiempo, me di cuenta de que era una necesidad. No puedo decir que haya estado harta de consumir, pues irremediablemente soy hija de este sistema. Aunque sí puedo decir que, más bien, lo he estado de producir. El medio que antes me resultaba idóneo, ahora me resulta algo más que aparatoso, diría incluso rechazable. El ritmo de vida ha cambiado y hemos dejado de ser tan adictos a la inmediatez.
Es obvio que la fotografía analógica obliga a quien la sostiene a tener otra observación del mundo mucho más paciente, a reflexionar más en aquello en lo que se quiere fotografiar y a llevar con calma la incertidumbre del resultado. Ciertos aspectos que se pueden extrapolar perfectamente a nuestra situación actual.
Con esto no quiero decir que este hecho sea la solución de esta cuestión, pero si que se ha hecho latente ese sentimiento de asfixia que teníamos interiorizado. Y a pesar de que esta situación ha interrumpido demasiados proyectos, también ha detenido, por el momento, el sinsentido de una producción vacía de contenido.
Por otra parte, me pregunto si las tiendas de productos fotográficos también han observado este hecho, si se ha ampliado, aunque sea un poco, su público de mercado.
Si es cierta mi teoría o estoy hablando con demasiada profundidad de una moda tan concreta que carece de significación, el tiempo lo dirá.
Antes de despedirme, me gustaría hacer una mención especial a Celia Cuervo Arduengo, Diego Blanco Juan y Nicolás Cancio por cederme sus fotografías para acompañar esta entrada. ¡Echad un vistazo a sus redes sociales para descubrir un poco más sobre su trabajo!
Muchas gracias por leerme una semana más. ¡Cuidaos!